62%

El plebiscito del 4 de septiembre de 2022 dejó una cifra que quedará marcada en la historia política de Chile: un 62% de ciudadanos rechazó la propuesta constitucional de corte refundacional. Esa votación mayoritaria de los ciudadanos no pertenece a un bloque partidario ni a una coalición específica, como recientemente han querido apropiarse de ella desde una candidatura presidencial. Se trató de una mayoría silenciosa, que unió a votantes de derecha, centro e incluso a sectores de izquierda. Pero sobre todo de ciudadanos de a pie sin filiación política, descontentos con el rumbo radical del texto.

El “Rechazo” fue un mosaico de razones: el temor a la división identitaria, la imposición de un modelo de Estado plurinacional mal definido, la inseguridad sobre la propiedad; la preocupación por la justicia; la educación y la salud; la molestia ciudadana por la transgresión de elementos mínimos de comportamiento personal y de los símbolos patrios. Por la violencia que originó tal proceso, un “golpe de estado blando”, y que se mantuvo bajo diferentes respectos durante la fase de redacción del texto, especialmente por esa acción insensata de rendir tributo público en el ex congreso, sede de la deliberación política de la república, a los “protagonistas” de la primera línea, representantes por antonomasia de la decadencia moral y de la violencia irracional característica del totalitarismo político y de los regímenes tiránicos que desprecian a la persona y su dignidad.

Los datos de las encuestas previas y los análisis posteriores lo confirman: en comunas populares, donde el voto por Gabriel Boric había sido altísimo en 2021, el Rechazo superó el 60%. Por lo tanto, no fue la “derecha” la que ganó, sino una ciudadanía más amplia que expresó con claridad un “no” a la refundación y al maximalismo ideológico.

Un dato histórico agrega densidad al simbolismo de aquella jornada: el 4 de septiembre de 1970, Salvador Allende fue electo presidente con un 36,6% de los votos, una mayoría relativa que abrió uno de los períodos más conflictivos de la historia republicana. Medio siglo después, Gabriel Boric, devoto admirador de Allende y de su legado, eligió precisamente esa fecha para el plebiscito constitucional. Fue una decisión cargada de significado: hacer del “nuevo Chile” del “buen vivir” una continuidad del proyecto allendista. Sin embargo, el simbolismo se volvió contra sus impulsores. El día que debía ser consagrado como triunfo histórico de la izquierda, terminó siendo el recordatorio de una derrota política sin precedentes.

Una oligarquía partitocrática, sin embargo, pareció sorda ante ese veredicto. En vez de respetar el resultado y encauzarlo hacia un tiempo de madurez institucional, optaron por embarcar al país en un segundo proceso constituyente. Lo hicieron sin mandato ciudadano, sin consulta previa, bajo un “Acuerdo por Chile” que en los hechos fue una transacción entre élites partidarias. Allí se prometió lo que nunca llegó: paz social y una nueva Constitución.

La paz no se materializó: la violencia en la macrozona sur continuó, el crimen organizado se expandió, la delincuencia se disparó, y los indicadores de confianza en las instituciones siguieron desplomándose.

A nivel ético-político, lo ocurrido refleja una fractura entre la palabra dada y la palabra cumplida. La dirigencia política firmó un pacto con la ciudadanía, pero no lo honró. Y en esa falta de coherencia se incubó la crisis de credibilidad que hoy corroe a partidos y autoridades.

El 62% no fue un capricho, ni una pulsión -término psicopolítico que ha hecho fortuna entre los comentaristas políticos de la plaza-, ni una rabieta de la sociedad. Fue una dosis contundente de realismo y madurez cívica frente al experimento ideológico. Ese “no” aún resuena como advertencia. La gente votó con cansancio y con miedo: miedo a perder la unidad del país, miedo a que la política siguiera siendo rehén de consignas ajenas a la vida cotidiana, miedo a que el futuro de sus hijos quedara hipotecado en manos de proyectos sin arraigo en la realidad chilena y sus tradiciones.

Hoy, muchos ciudadanos se sienten traicionados: se cumplió exactamente lo que intuían. El segundo proceso constituyente fracasó, dejando tras de sí más frustración y desafección democrática.

El 62% no es un número muerto, sino una advertencia viva. Fue la voz de un pueblo que pidió sobriedad y recibió más juegos de poder.

La historia juzgará no sólo a quienes intentaron imponer un proyecto de refundación sin consenso, sino también a quienes, habiendo sido derrotados, no supieron escuchar.

La ironía de la historia, la libertad en el tiempo, es reveladora. El 4 de septiembre de 1970 comenzó una etapa de polarización y desgarramiento, la inhumana revolución socialista de las empanadas y vino tinto que terminó en una borrachera institucional. El 4 de septiembre de 2022, Chile habló en sentido contrario, pidiendo prudencia, mesura y unidad. Pero esa voz, como tantas veces, fue ignorada por la irresponsabilidad política de quienes tenían en sus manos los destinos de la república.


Santiago del Nuevo Extremo, 04 de septiembre del 2025. San Moisés profeta.

El Autor: Juan Carlos Aguilera P.
Dr. Filosofía y Letras. Universidad de Navarra.
Catedrático de Filosofía. Director de Empresas Familiares.
Fundador del Club Polites.
Contacto: 569 91997881.

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