Uno de los modos de definir al hombre consiste en afirmar que es un ser que tiene palabra, pues la palabra, el logos o el verbo, permite expresar la verdad que vincula perfectivamente a los hombres en sociedad. El trato frecuente entre quienes expresan la verdad a través del diálogo consigue el fruto fresco y sabroso de la amistad cívica: la unidad en libertad y seguridad, que con el bálsamo de la justicia -fruto de la paz- permite que la relaciones sociales tengan una dosis fecunda de espíritu de servicio, adornado con la belleza de la ciudad y la elegancia en el actuar. Es decir, una vida en común que hace posible el florecimiento de la persona en orden a los bienes humanos fundamentales que armonizan y permiten resplandecer el bien común político.
Nuestro país, desde hace unas décadas, ha dejado de disfrutar de la vida en común. Las razones son por todos conocidas y sufridas.
En la hora presente -hora electoral- se ha producido una especie de guerra digital, con víctimas incluidas, en lo que se ha llamado una campaña de bots, de trolls, fake news; todo lo cual se puede resumir en el concepto de desinformación. El asunto no es nuevo. Platón sostenía en La República que el hombre es el único ser capaz de hacer parecer como verdadero lo falso. Dicho con claridad: somos capaces de mentir, calumniar, engañar, manipular, violentar …deportes favoritos de los sofistas que, utilizando el engaño, llevaron a la condena a muerte del sabio Sócrates.
En el terreno electoral podemos retroceder mucho en el tiempo. Se dice que Quinto Tulio Cicerón, hermano del republicano Marco Tulio Cicerón, le escribió unos consejos para triunfar en unas elecciones consulares. Marco, al parecer, no los siguió, pues algunos no eran muy republicanos. Ni qué decir de los primeros grafitis políticos.
Décadas más tarde Octavio -futuro Augusto- en su lucha contra Marco Antonio, mandó acuñar monedas que circulaban por todo el imperio y que funcionaban como calumnias de bolsillo. Insinuaban que su rival era un borracho dominado por Cleopatra. Aquellas monedas eran los tuits de la Antigüedad, pequeñas piezas de propaganda que moldeaban la opinión pública de manera tan eficaz como lo hacen hoy las redes sociales.
Hoy esas redes han multiplicado el método hasta lo inimaginable. El estudio de Vosoughi, Roy y Aral (Science, 2018) mostró que las noticias falsas se difunden un 70% más rápido que las verdaderas, incluso controlando la acción de bots. El problema no está solo en la tecnología, sino en la atracción humana por lo novedoso y sorprendente: el añoso vicio de la curiosidad.
El Oxford Internet Institute lleva años documentando lo que denomina cyber troops: ejércitos digitales organizados que intervienen en decenas de países manipulando la opinión en línea. El Digital News Report del Reuters Institute confirma la consecuencia: la caída de la confianza pública en la información, pues apenas un 40% de la ciudadanía declara confiar en las noticias que consume. La RAND describe este fenómeno como Truth Decay, la erosión del papel de la evidencia en la política y la OCDE, en su informe Facts not Fakes (2024), propone exigencias mínimas encaminadas a recobrar la confianza basada en la verificación: desmonetizar la desinformación, publicar repositorios de anuncios políticos y permitir el acceso de investigadores a los metadatos de campañas en redes sociales.
Aristóteles enseñaba que el ethos del orador era condición previa de la persuasión y no podía divorciarse del deber de decir la verdad. Marco Tulio Cicerón reafirmaba que, sin veracidad, el orador se transforma en sofista y la república en circo. Hoy, las acusaciones de “bots” sin pruebas forenses públicas repiten la lógica de la moneda de Octavio: calumniar sin demostrar. La política democrática, en cambio, exige trazabilidad (¿de dónde proviene la noticia?), replicabilidad (¿puede ser verificada por terceros?), transparencia en el gasto (¿quién paga y cuánto?) y peritajes independientes.
La mentira política siempre se disfraza de virtud. Quinto aconsejaba prometer lo que no se cumpliría. Hoy se multiplican acusaciones de “bots” sin pruebas técnicas, como si bastara con agitar la sospecha para sustituir la evidencia. La ciudadanía corre el riesgo de perder lo más importante: la confianza. Lo único que salva a la política de la farsa es la verdad comprobada. Recuperarla como fundamento de la comunicación pública es la única vacuna contra la decadencia democrática.
Santiago del Nuevo Extremo, 09 de septiembre del 2025. San Pedro Claver, presbítero.
Bibliografía
• Platón. República. Madrid, Gredos.
• Aristóteles. Retórica. Madrid, Gredos.
• Vosoughi, S., Roy, D. & Aral, S. (2018). The spread of true and false news online. Science, 359(6380), 1146–1151.
• Howard, P. & Bradshaw, S. (2017–2022). Global Inventory of Organised Social Media Manipulation. Oxford Internet Institute.
• Wardle, C. & Derakhshan, H. (2017). Information Disorder. Consejo de Europa.
• Lazer, D. et al. (2018). The science of fake news. Science, 359(6380), 1094–1096.
• Allcott, H. & Gentzkow, M. (2017). Social Media and Fake News in the 2016 Election. JEP, 31(2), 211–236.
•OECD (2024). Facts not Fakes. París: OECD Publishing.
•Reuters Institute (2025). Digital News Report. Oxford University.
• RAND Corporation (2018–2022). Truth Decay Series. Santa Mónica: RAND.
• World Bank (2024). Prebunking Misinformation on WhatsApp. Washington D.C.
• World Economic Forum (2024). Global Risks Report. Ginebra: WEF.
• Freedom House (2024). Freedom on the Net. Washington D.C.
El Autor: Juan Carlos Aguilera P.
Dr. Filosofía y Letras. Universidad de Navarra.
Catedrático de Filosofía. Director de Empresas Familiares.
Fundador del Club Polites.
Contacto: 569 91997881.
