El próximo domingo no se juega el futuro de Chile. O al menos, no el que algunos creen. Se realizarán las primarias presidenciales del oficialismo, la izquierda elegirá a su abanderado. Los nombres están sobre la mesa: Gonzalo Winter, Jeannette Jara, Carolina Tohá, Jaime Mulet. Cuatro figuras distintas, cuatro trayectorias divergentes, cuatro estilos retóricos. Pero una misma melodía de fondo. Lo
esencial ya fue decidido.
Porque lo esencial —y esto es lo verdaderamente inquietante— ya fue votado, ya fue validado, ya está en marcha. El debate no es sobre el rumbo, sino sobre el tono; no sobre el fondo, sino sobre la forma. Todos los candidatos han suscrito, de una u otra manera, el proyecto que la ciudadanía rechazó en el plebiscito de 2022: una refundación cultural, institucional y moral de la República. No en nombre de una verdad compartida, sino de una sensibilidad hegemónica. No importa tanto si gana Winter, Jara, Tohá o Mulet. Lo que importa es que los cuatro comparten un proyecto que ya está en marcha.
Cada uno de ellos ha dicho que quiere más derechos, más igualdad, más participación, más territorio. Pero ninguno ha dicho qué está dispuesto a sacrificar por ello. Todos prometen más Estado, más comunidad, más cuidados, más justicia, más descentralización. El programa del Frente Amplio habla de gobernanza juvenil y participación digital; el del Partido Comunista y Acción Humanista promete una seguridad social robusta y justicia feminista; Carolina Tohá recita con solvencia las consignas de la transición ecológica y la estabilidad institucional; Mulet exige que el poder vuelva a las regiones. Pero debajo de esa música amable, el compás es uno solo: el Estado como nuevo absoluto, la identidad como moral, y el lenguaje como herramienta de reeducación. Pero en ninguno se asoma la pregunta por lo común, por lo real, por el límite. Ninguno habla de virtud, ni de responsabilidad, ni de mérito, ni de esfuerzo, ni de orden, ni de república.
En los debates, esa carencia fue evidente. Nadie discutió los marcos heredados del proceso constituyente. Todos repitieron la gramática del progresismo global: género, clima, diversidad, escucha, territorios, comunidad, emociones. Los desacuerdos eran más de matiz que de visión. Y cuando las diferencias se agotaban, reaparecía la consigna compartida: “seguir transformando Chile”. Pero transformar, ¿hacia dónde? ¿Bajo qué principio rector? Desde hace una década, la izquierda chilena abandonó la política como búsqueda del bien común para entregarse a la pedagogía del reconocimiento. Ya no quiere gobernar, quiere reeducar. Ya no interroga la realidad, la reescribe. Ya no defiende instituciones, las resignifica. Por eso, aunque gane Jara o gane Tohá, aunque el Frente Amplio se imponga o el socialismo histórico resurja, el resultado será el mismo: la administración de una moral oficial sin fundamento ontológico.
Lo más llamativo de esta primaria no es la contienda, sino su contenido implícito: una continuidad sin nombre, una refundación sin acto fundante. Lo que en su momento propuso la Constitución rechazada —la plurinacionalidad, la despatriarcalización, los derechos de la naturaleza, la autonomía infantil, la justicia interseccional— no ha sido discutido. Ya no necesita ser discutido. Está en la atmósfera. Se ha convertido en criterio de normalidad. El texto fue rechazado, pero el espíritu siguió vivo, mimetizado en reglamentos, planes piloto y programas sectoriales.
Ninguno de los proyectos presentados se atreve a decir que hay cosas que no se pueden prometer. Que no todo deseo engendra un derecho. Que no toda identidad reclama una ley. Que no toda emoción configura un principio de justicia. Todos, en cambio, hablan de avanzar. Como si el país estuviera incompleto. Como si el pasado fuera un error. Como si la historia comenzara con ellos.
No se trata de alarmismo ni nostalgia. Se trata de preguntarse si esta izquierda, que ya votó por sí misma hace años, tiene algo que ofrecerle al país que no sea una pedagogía moral. Porque si todo lo que puede proponer es corregir la historia, reconfigurar la identidad y reparar todas las heridas de todos los tiempos, entonces nos encontraremos con un Estado sentimental que gasta en ritos lo que no puede entregar en realidades.
Este domingo se votará entre variantes del mismo paradigma. La izquierda se votará a sí misma. Lo hace desde hace años. La verdadera decisión se tomará más adelante, cuando el país decida si quiere recuperar la república o avanzar hacia una sociedad emocionalmente dirigida por minorías simbólicas, cuando alguien deba mirar al país a los ojos y decirle que no todo es posible, que no todo se puede decretar, y que para vivir en libertad, antes hay que reconciliarse con la realidad.
Santiago del Nuevo Extremo, 26 de Junio del 2025.
El Autor:

Juan Carlos Aguilera P.
Dr. Filosofía y Letras. Universidad de Navarra.
Catedrático de Filosofía. Director de Empresas Familiares.
Fundador del Club Polites.
Contacto: 569 91997881.