Dialéctica del conflicto: La Ideología progresista contemporánea.

En el corazón del progresismo contemporáneo se halla una matriz inconfundible: la dialéctica del conflicto. No importa el tema —género, familia, etnia, sexualidad, medioambiente, religión—, siempre hay una misma clave hermenéutica: alguien oprime, alguien es oprimido. Una clase debe ser vencida, una identidad debe ser disuelta, un orden debe ser invertido. Es la vieja lógica marxista de la lucha de clases, expandida a todos los ámbitos de la existencia. Donde antes se alzaba la figura del burgués contra el proletario, hoy se dibujan nuevas oposiciones: hombre contra mujer, padres contra hijos, heterosexual contra disidencia, civilización contra naturaleza, religión contra deseo.

La dialéctica de los contrarios no busca ya comprender el mundo, sino invertirlo. No promueve la comunión, sino la fractura. La identidad ya no es herencia, es campo de batalla. Se trata de imponer un nuevo sentido común, tal como lo propuso Gramsci.

Por tales razones, quienes consideran que la persona es un ser dado, social por naturaleza y con un destino trascendente. Y que las categorías antropológicas que lo definen íntimamente son:

En primer lugar, el agradecimiento por ser creado, un don, un regalo y poseer, por tanto, una dependencia en el origen.

En segundo lugar, por el carácter social de la persona humana, está llamado a convivir y ayudarse mutuamente en sociedad, que es el medio de perfección por antonomasia y ordenado al bien común inmanente y trascendente.

En tercer lugar, en la medida que la persona humana, femenina y masculina, son dueñas de sí, por la adquisición de las virtudes humanas, es capaz de darse a otro, de amar y en sentido último, perdonar.

No puede entrar en la lógica del conflicto, de la guerra cultural. Hacerlo, es claudicar de entrada, situarse en la lógica del conflicto, del odio.

¿Qué hacer?
En primer lugar, formarse para vivir lo que se supone uno piensa.
En segundo lugar, estudiar a los autores de la ideología progresista o de la cultura de la muerte.
En tercer lugar, conocer, cultivar y promover los bienes humanos fundamentales. Vida, persona femenina y masculina, matrimonio, familia, educación, trabajo, economía, ciudad, religión, etc. Tales tareas, implican salir de esa “filosofía del búnker” de la defensa de, para acometer con una visión positiva y creativa, la proposición de espacios de esperanza, de las solidaridades primarias, superando la queja y la indignación que no llevan a lugar alguno. Tal actitud, implica un esfuerzo notable y superador del odio, la cultura del descarte y la civilización de la muerte, por la cultura de la vida y la civilización del amor.

Sófocles, puso en boca de Antígona, frente al tirano Creonte, lo que podría ser una actitud superadora de la fragmentación antropológica, que tiene como motor la lucha y el odio: No he nacido para odiar, sino para amar.

A continuación podrá leer, una síntesis de citas de autores que están en la base de las diferentes dimensiones de la ideología progresista de la fragmentación, producto de la dialéctica de los contrarios.

La identidad como negación: la persona dividida.
El sujeto moderno ya no se reconoce a sí mismo. La consigna “soy lo que decido ser” oculta una
despersonalización radical: el rechazo a toda naturaleza, a todo dato originario. Judith Butler, una de
las figuras más influyentes de la teoría de género, lo expresa sin rodeos:
“El género no es el resultado de una esencia, sino un acto performativo que produce el efecto de una esencia” (Gender Trouble, 1990, p. 173).

La identidad, en este marco, es una construcción voluntaria, repetida, no natural. Y por tanto, no hay
varones ni mujeres dados, sino roles asumidos que pueden y deben ser subvertidos. La diferencia sexual deja de ser fuente de complementariedad para convertirse en eje de opresión.

Paul B. Preciado, más radical aún, va más allá de la crítica a la categoría binaria:
“El sistema de sexo/género no es una estructura biológica, sino un régimen epistemológico, político y farmacopornográfico” (Testo yonqui, 2008, p. 35).

El cuerpo no es materia espiritualizada: es un dispositivo. Y el yo, una interfaz fluida. En este nuevo
escenario, la afirmación de que “soy varón” o “soy mujer” se vuelve ofensiva, excluyente, retrógrada. La
verdad cede ante el deseo.

Hombre y mujer: la guerra de los sexos.
En esta lógica, la relación entre varón y mujer se convierte en campo de lucha. El amor, el eros y el ágape, la fecundidad, dejan de ser vínculos constitutivos y se transforman en expresiones de dominación. Kate Millett lo formula así en su obra fundacional:
“Toda relación sexual es una relación de poder, y la ideología patriarcal ha naturalizado esta desigualdad” (Sexual Politics, 1970, p. 25).

Desde esta perspectiva, la heterosexualidad no es una orientación, sino un régimen. Todo lo que se derive de aquello, todo está bajo sospecha.

Silvia Federici, por su parte, insiste en que el control del cuerpo femenino por el hombre no es un accidente histórico, sino la piedra angular de la organización capitalista:

“La opresión de las mujeres fue condición previa para la acumulación originaria” (Calibán y la bruja, 2004, p. 97).

La solución, entonces, no es la reconciliación entre los sexos, sino la insurrección. El varón es denunciado como portador de privilegio, y la mujer, ya no como madre o esposa, sino como sujeto político autónomo, debe emanciparse. La igualdad esencial, la diferencia en sexualidad y la complementariedad entre la persona femenina y masculina, ha desaparecido. Ya no hay mujeres y varones.

Familia: la disolución como liberación.
Si el sexo es opresión, la familia —como institución fundada sobre la diferencia sexual y la transmisión de la vida— debe ser desmantelada. Friedrich Engels lo expresó en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado:

“La primera opresión de clase coincidió con la opresión del sexo femenino por el masculino en la familia monogámica” (1884, cap. II).

La familia no es un refugio, sino una celda. Los padres no son guías, sino opresores. En los discursos actuales sobre crianza respetuosa, derechos de la infancia y autonomía progresiva, se insinúa esta misma lógica: los hijos deben ser protegidos… de sus padres.

El progresismo educativo lo traduce en manuales, currículos, políticas públicas. El niño se convierte en sujeto de derechos antes que en miembro de una comunidad. La autoridad parental es vista como sospechosa. La patria potestad, como instrumento del heteropatriarcado. Y el hogar, como estructura a intervenir.

Sexualidad: biopolítica del deseo.
La revolución sexual no fue solo libertaria, sino política. Michel Foucault lo supo ver con maestría:

La sexualidad fue colocada bajo vigilancia, no para reprimirla, sino para gestionarla. El poder ya no se impone desde afuera, sino que produce sujetos desde dentro” (Histoire de la sexualité I, 1976, p. 138).

El deseo ya no es privado, sino administrado. Y la liberación sexual no elimina el control, lo internaliza.
El nuevo sujeto sexual se autogestiona: decide su cuerpo, su identidad, su práctica. Pero no lo hace en
libertad, sino dentro de una red de saberes, técnicas y discursos que lo producen.

Etnicidad: colonialismo y decolonialidad.
La lucha de clases se traslada también al campo étnico. El blanco europeo —cristiano, ilustrado, racional— es presentado como el gran opresor planetario. La categoría de “raza” no se supera, sino que se reactiva como trinchera. Aníbal Quijano lo sintetiza así:
“El colonialismo no terminó: se transformó en colonialidad del poder, que continúa jerarquizando el mundo a través de la raza y la cultura” (Colonialidad del poder, 2000, p. 216)

Walter Mignolo profundiza esta visión, afirmando que la razón occidental es en sí misma racista:

“La epistemología eurocentrada impone lo que cuenta como conocimiento y excluye otras formas de saber” (La idea de América Latina, 2005, p. 68).

La lucha ya no es solo por derechos, sino por narrativas. Occidente es demonizado. Lo indígena se vuelve paradigma. El mestizaje es sospechoso. La reconciliación, imposible.

Ecología: naturaleza como víctima.
En el ámbito ecológico, la dialéctica se expresa como lucha entre el hombre y la tierra. Murray Bookchin lo formula en clave anarquista:

“La dominación del hombre por el hombre precedió a la dominación de la naturaleza. Liberar a la naturaleza exige liberar primero a la sociedad” (The Ecology of Freedom, 1982, p. 27).

Vandana Shiva, desde una visión ecofeminista, acusa a la ciencia moderna y al desarrollo económico de ser formas de colonialismo contra la tierra:
“El desarrollo es una guerra contra las mujeres, contra los pobres y contra la naturaleza” (Staying Alive, 1988, p. xii).

En esta visión, el ser humano ya no es custodio de la creación, sino agresor. El progreso técnico es ecocidio. La civilización, un atentado.

Religión: la opresión trascendente.
Finalmente, incluso Dios es convertido en opresor. Ludwig Feuerbach ya lo había anticipado:
“El secreto de la teología es la antropología: el hombre proyecta en Dios su esencia alienada” (La esencia del cristianismo, 1841, p. 20).

Nietzsche lo grita sin eufemismos:
“Dios ha muerto, y nosotros lo hemos matado” (La gaya ciencia, 1882, §125).

Para el progresismo contemporáneo, la religión es el último enemigo. Porque impone verdad, límites, sentido. Y toda forma de trascendencia se vuelve sospechosa. La fe es patologizada, el dogma medicalizado, la liturgia ridiculizada. Lo sagrado debe ceder ante lo deseado.

Epílogo.
El resultado de esta expansión de la lucha de clases a todos los planos de la existencia es un sujeto fracturado, una comunidad rota, una cultura en guerra consigo misma. Ya no hay unidad, ni orden, ni origen. Solo conflicto. El progresismo posmoderno ha convertido la dialéctica de los contrarios en principio absoluto. Y la persona —dividida entre deseos, contradicciones e identidades enfrentadas— se disuelve.

La verdadera tarea que tenemos entre manos consiste en promover la unidad. Volver a decir que el hombre y la mujer no son enemigos. Que la familia no es cárcel. Que la identidad no se elige. Que la tierra es hogar, no trinchera. Y que Dios no oprime, sino que ama. Vaya tarea.

Bibliografía

  • Butler, Judith. Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity. Routledge, 1990.
  • Preciado, Paul B. Testo yonqui. Espasa, 2008.
  • Millett, Kate. Sexual Politics. Doubleday, 1970.
  • Federici, Silvia. Calibán y la bruja. Traficantes de Sueños, 2004.
  • Engels, Friedrich. El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Ed. Progreso, 1984
    [1884].
  • Foucault, Michel. Histoire de la sexualité I: La volonté de savoir. Gallimard, 1976.
  • Quijano, Aníbal. “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”, Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, 2000.
  • Mignolo, Walter. La idea de América Latina. Gedisa, 2005.
  • Bookchin, Murray. The Ecology of Freedom. Cheshire Books, 1982.
  • Shiva, Vandana. Staying Alive: Women, Ecology and Development. Zed Books, 1988.
  • Feuerbach, Ludwig. La esencia del cristianismo. Ediciones Penta, 1990 [1841].
  • Nietzsche, Friedrich. La gaya ciencia. Alianza Editorial, 2003 [1882].

Santiago, junio del 2025.

El Autor:

Juan Carlos Aguilera P.
Dr. Filosofía y Letras. Universidad de Navarra.
Catedrático de Filosofía. Director de Empresas Familiares.
Fundador del Club Polites.
Contacto: 569 91997881.

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