El Eclipse de lo humano: El progresismo y la vida como descarte

El progresismo ha ido adoptando con entusiasmo una ética que, en nombre de la compasión, termina por justificar la eliminación de los seres humanos. De la protección del vulnerable hemos pasado al descarte del imperfecto. En el trasfondo de esta inversión moral, se encuentra la figura influyente —aunque rara vez citada en el debate nacional— de Peter Singer, filósofo australiano y figura del utilitarismo. Desde Animal Liberation hasta Practical Ethics, su propuesta ética ha sido una constante redefinición del valor de la vida, bajo un principio claro: la vida solo vale si cumple con ciertos criterios de conciencia: placer, dolor. Singer lo afirma sin disimulos:

“Por tanto, lo que sugiero es que acordemos no dar más valor a la vida del feto que a la vida de un animal no humano dado un nivel similar de racionalidad, conciencia de sí mismo, conocimiento, capacidad de sentir, etcetera. Ya que ningún feto es persona, ningún feto tiene el mismo derecho a la vida que una persona”. (Practical Ethics, p. 187).

Más aún:
“Un bebe de una semana no es un ser racional y consciente de sí mismo, y existen muchos animales no humanos cuya racionalidad, conciencia de sí mismos, conocimiento, capacidad de sentir, etcétera, exceden las de un bebe humano con una semana o un mes.” (Practical Ethics, p. 210).

Desde esta lógica, el aborto, el infanticidio y la eutanasia no solo serían moralmente aceptables, sino incluso recomendables en ciertos contextos. Si un niño nace con discapacidades severas, si un anciano ha disminuido seriamente o alterado los actos de sus facultades mentales, o si una persona no desea seguir viviendo, su vida deja de tener valor intrínseco. No hay dignidad incondicional, sino interés utilitario. Así, se consagra un nuevo principio: el derecho a vivir está subordinado al interés del entorno o del propio sujeto. Lo que no aporta, no merece continuar.

En Chile, esta idea se ha ido implementando paso a paso. Primero fue la legalización del aborto en tres causales. Luego, la exaltación de la eutanasia como «muerte digna». Después, el debilitamiento de la objeción de conciencia. Hoy, se promueve la reproducción asistida sin límites éticos claros. En todos estos campos, el razonamiento de Singer se aplica de facto: se protege la vida solo cuando ella coincide con parámetros de calidad y deseo.

Pero en Animal Liberation lleva el argumento aún más lejos. Allí, Singer denuncia el “especismo”, es decir, la creencia de que la vida humana tiene más valor que la de otras especies. Su solución es sencilla: si un cerdo siente más que un niño con discapacidad severa, el cerdo debe tener prioridad moral.

“Un chimpancé, un perro o un cerdo, por ejemplo, tendrán un mayor grado de autoconciencia y más capacidad para establecer relaciones significativas con otros que un recién nacido con gran retraso mental o un anciano en estado avanzado de demencia senil. Por tanto, si basamos el derecho a la vida en estas características tendremos que garantizárselo a estos animales en la misma medida, o incluso mayor, que a ciertos humanos retrasados o con demencia senil.” (Animal Liberation, p. 36).

Desde esta perspectiva, no hay diferencia sustancial entre la vida de un humano en coma irreversible y la de un primate con habilidades cognitivas. Lo humano deja de ser sacro. El umbral de protección se traslada al sufrimiento y la funcionalidad. Y así, la noción misma de persona se vuelve fluida, técnica, dependiente de exámenes neurológicos, cálculos de calidad de vida y decisiones administrativas.

Esta lógica ha sido asumida con entusiasmo por sectores del progresismo, que ya no apelan a la tradición humanista, sino al paradigma de los derechos flotantes: derechos que no se fundan en la naturaleza humana, sino en la autonomía, el consentimiento y el bienestar. En ese horizonte, la vida es un bien condicional. Y cuando la vida es condicional, cualquier política pública puede convertirse en dispositivo de descarte.

Singer propone una moral racional, secular, utilitarista. Pero su racionalidad ha vaciado la sustancia del pensamiento ético. Al separar la vida de su dignidad inherente, la convierte en material disponible. Al elevar el placer o el sufrimiento por sobre la persona, produce una ética del control. Al poner en duda la centralidad del ser humano, allana el camino para el exterminio ético, ejecutado con jeringas y protocolos.

Desde un punto de vista antropológico, lo que Singer propone es reducir al ser humano a un organismo sintiente, de la misma categoría de los animales. Pues, los animales, efectivamente, son seres sintientes cuyo horizonte vital está restringido al placer y dolor. En los que placer es vida y dolor muerte. Lo propiamente humano, conocer y querer, resultan oscurecidos. Desde luego, el amor por la verdad, la caridad, el perdón, no comparecen en la antropología o visión del hombre de Peter Singer. Y, la ética en vez de ordenarse a bien y la entrega de sí, ese amar hasta que duela de la santa de Calcuta; imposible. La ética es pura utilidad y en ese sentido, como expresa Sgreccia en el Manuale di
bioética:


Según los utilitaristas sensistas (entre los cuales se encuentra Peter Singer) los sujetos deberían ser valorados no en base a su esencia o naturaleza, sino en base a la capacidad de sentir dolor y placer sin diferencia (…), entre animales y hombres. La antropología de Singer, en base a estos principios, lleva a no considerar como persona a un discapacitado mental o un enfermo grave de Alzheimer”.

La vida humana, ahora, reducida a lo que el individuo siente, deriva en que el valor de la misma, conforme al utilitarismo, se mide en términos de coste y beneficio. De este modo, una tal visión del hombre, del individuo, no la persona, implica que se ha producido un desplazamiento desde el ser al obrar, de lo que la persona es a lo que hace, desde el espíritu a la materia indiferenciada. Pero la persona es más de lo que hace, posee un valor en sí misma, porque ha sido hecha de amor.

El progresismo ha ido abrazando estas ideas con entusiasmo. Ya no se legisla desde el sentido común, ni desde la prudencia, ni desde la justicia. Se legisla desde la compasión tecnocrática. Pero una compasión sin verdad se vuelve tiranía. El resultado es un país que habla de derechos mientras selecciona quién merece tenerlos. Que habla de dignidad mientras define su valor por criterios externos. Que habla de humanidad mientras desprecia lo humano.

Frente a esto, la postura razonable y valiente es la afirmación radical del valor de toda vida humana. La del niño no deseado. La del anciano enfermo. La del discapacitado profundo. La del que sufre sin esperanza médica. Porque su valor no está en lo que siente, ni en lo que produce, ni en lo que desea, ni en lo que hace. Su valor está en ser. En la afirmación gozosa del don de la vida.

Y eso, que Singer no comprende, es lo que distingue a la civilización del cálculo y a la cultura del exterminio amable, de la cultura de la vida y del amor.

Referencias bibliográficas:

  • Singer, Peter. Practical Ethics. Cambridge University Press, 1993 (2nd edition).
  • Singer, Peter. Animal Liberation. New York: Harper Collins, 1975.
  • Sgreccia, E. Manuale di Bioetica. II: Aspetti medicosociale. Milano: Vita e Pensiero, (Quarta
    Edizione), 2011.

Santiago del Nuevo Extremo, 15 de Junio del 2025. Fiesta de la Santísima Trinidad.

El Autor:

Juan Carlos Aguilera P.
Dr. Filosofía y Letras. Universidad de Navarra.
Catedrático de Filosofía. Director de Empresas Familiares.
Fundador del Club Polites.
Contacto: 569 91997881.

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