En noticias recientes referidas a la cuestión electoral han adquirido relevancia diversos empresarios, sea por inserciones en diarios locales, cartas, entrevistas o incorporaciones a comités de campañas presidenciales, por lo que parece razonable reflexionar, brevemente, acerca de la relación del empresario con la política.
En la discusión pública contemporánea, el empresario aparece muchas veces como una figura ambigua: generador de riqueza, sí; pero también sospechoso de interés propio, evasión o indiferencia social. Lo cierto es que esta mirada resulta tan incompleta como injusta. El empresario —bien entendido— no es solo un agente económico, sino un sujeto político en el sentido más noble: promotor del bien común.
La empresa no vive en el vacío. Está inmersa en un entramado humano, cultural y político. Se alimenta de bienes comunes —educación, infraestructura, estabilidad institucional— y, por tanto, debe retribuirlos con responsabilidad, empleo digno y visión solidaria.
La empresa es una “comunidad de personas que buscan el bien común mediante la producción de bienes útiles”, y no puede concebirse como una maquinaria de maximización individual.
El profesor Rafael Alvira va aún más allá, proponiendo que el empresario cumple una función aristocrática. No en el sentido de linaje, sino como un llamado a ejercer el poder con virtud, mesura y sentido de servicio. En su Estatuto sociopolítico del empresario, Alvira sostiene que el directivo es una figura de mediación: entre trabajadores y Estado, entre tecnología y cultura, entre libertad y responsabilidad. Si traiciona esa misión, deviene oligarca; si la honra, se convierte en artífice del orden social.
José Ramón Pin, desde el IESE, amplía el enfoque al mostrar cómo el empresario se mueve en cuatro dimensiones inseparables: económica, ética, política y social. No basta con eficiencia ni con buena voluntad. La empresa debe tener “capacidad política”, es decir, influencia estructurada, estratégica, pero siempre anclada en el respeto por las instituciones y en el cultivo de la justicia. Un empresario que no se involucra con el destino público de su país es un irresponsable; uno que se entromete sin virtud, un peligro.
La tradición económica europea no ha sido ajena a este discernimiento. Santiago García- Echevarría ha trazado un camino que va desde la Escuela Austriaca hasta la economía social de mercado, demostrando que no hay contradicción entre libertad económica y solidaridad. El empresario, afirma, es motor de innovación, pero también agente de equilibrio social, constructor de confianza, custodio de la dignidad en el trabajo.
En tiempos donde la política se degrada en marketing y la empresa se confunde con codicia, es urgente volver a hablar del empresario como figura cívica. No solo como generador de productos, sino como formador de cultura, como mediador entre riqueza y justicia, como presencia institucional capaz de dar forma a la comunidad.
Ser empresario —en el sentido clásico— es, en definitiva, asumir una misión política: la de articular lo técnico con lo humano, lo rentable con lo justo, lo personal con lo común. Y esto exige virtudes: prudencia para decidir, fortaleza para resistir presiones, templanza para no absolutizar el capital, y justicia para ordenar el conjunto.
No se trata de pedir al empresario que abandone el mercado para militar en partidos. Se trata de exigirle que su acción esté al servicio del país, no de su cuenta bancaria. Que entienda que la política no es un poder del que escapar, sino un bien del que participar con altura, mesura y visión trascendente.
Porque, al final, el verdadero empresario no se contenta con crear riqueza. Quiere, también, crear civilización. Y en ese gesto silencioso y exigente, puede convertirse —hoy más que nunca— en una de las columnas invisibles sobre las que se sostiene la república.
Santiago del Nuevo Extremo, 7 de Agosto del 2025.
San Sixto II, papa y compañeros mártires.
El Autor:

Juan Carlos Aguilera P.
Dr. Filosofía y Letras. Universidad de Navarra.
Catedrático de Filosofía. Director de Empresas Familiares.
Fundador del Club Polites.
Contacto: 569 91997881.