La Travesía Matrimonial por la libertad. Conversando por el bien de Chile.

Síntesis de nuestro empeño en las comunas de Macul y La Pintana.

Ana María definió que iríamos a la comuna de san Joaquín; el aparato que programamos, nos llevó, luego de bajarnos del “cacharro” y preguntar en un negocio: comuna de Macul.

Nuestra primera conversación con Nayareth, no sé si es la forma correcta de escribir el nombre. Tiene 20 años, un pelo de un suave color lila y un rostro apaciblemente alegre.

Nos presentamos (el estar en los inicios de la tercera edad, ayuda a la confianza) y le decimos que podría ser nuestras hija, eso distiende inmediatamente la conversación; se sonríe. Le preguntamos si está estudiando; responde que no. El próximo año comienza, le interesa estudiar publicidad. Estuvo dos años haciendo el servicio militar; notable. La felicitamos y le pedimos que nos cuente algo de tan
extraordinaria experiencia. Ana María, como siempre, en tono de esa belleza, tan preciosa, de sosiego y ternura maternal, le pregunta si va a votar. Nayareth responde que no; no le interesa la política. Le animamos a informarse, a no dejarse llevar por opiniones parciales.

Le pedimos que vea a los candidatos en las entrevista o debates ( mea culpa, no he visto nada) Se compromete y lo hará, le recomendamos al candidato por la libertad. Nos dice que tiene que irse: “mi Mamita me mandó a comprar pan”, se aleja sonriendo, al igual como iniciamos el encuentro.

Vemos cruzar la calle a dos Jóvenes que conversan animadamente.

Les pedimos conversar; se detienen y nos escuchan.
Milta, asistente de párvulos, trabaja en un jardín de la comuna de la granja y ella es oriunda de la comuna de Yungay ( alguna vez fui a dar charlas a un colegio de allí. El director del liceo, hasta un mes atrás, es un hincha de Cobreloa y vota por el candidato de la libertad. Es de los que más saben de geografía). Marta, la amiga, aún no ingresa a estudiar a la educación superior.

No fueron a votar.

Les pedimos que por favor se informen y vayan a votar. Milta dice que no tiene tiempo, entre traslados y el trabajo queda con una pizca de tiempo para salir y hacer algo de vida social; intentarán hacerlo. Les animamos a votar por el candidato de la libertad.

Un papá y su pequeño hijo, los abordamos en cuanto terminamos de conversar con las jovencitas.
Va apurado, el semáforo está en rojo. Nos dice que no le interesa votar ni la política. Él tendrá que
trabajar salga quien salga. Le damos argumentos; el pequeño tironea al papá para irse. Nos dice que en su entorno familiar todos le dicen lo mismo. El pequeño ansioso, sigue tiroteando y ya ha pasado una luz verde. El Padre, de nombre Carlos, no se convence y nos despedimos. Igual le dejamos el mensaje final.

Cruzamos la calle, vemos dos personas caminando en una especie de fábrica. Se acercan a la reja, uno sale y el otro se queda. Le preguntamos cómo se llama ese lugar. Que ignorancia la nuestra: El monumental del Cacique. Larga y entretenida conversación; un hombre de trabajo y de conciencia clara de la libertad. Nos comenta que le dice a su esposa que no recibirán nada regalado: solo el trabajo es lo importante y también el ahorro. Con esa mentalidad podría ser ministro de Hacienda, pienso para mis adentros. No se puede vivir con 360.000 mensuales; se queja del sueldo de los políticos y de los privilegios. No iba a votar y después de nuestra conversación; votará por el candidato de la libertad; le creemos ( es un admirador del General).

Seguimos caminado, encontramos un matrimonio y tres hijos. Conversamos sobre la violencia y la falta de diálogo, y un sinfín de cosas; parece que me puse muy filosófico. Ana María me lo hace ver riendo y, claro, la hice perder el tiempo, me desenfoqué.

La señora Hilda que viene con su nieto que juega en cadetes, lo mira orgullosa desde una reja. Por la pandemia, no los dejan ingresar al monumental. La dejamos bien convencida para votar por el candidato por la libertad.

Caminamos y nos cruzamos con un joven corpulento y amable.

Nos dice rápidamente que él, sus tíos y primos, no vive con los padres, votarán por el candidato de la libertad. Nos despedimos y le alentamos a seguir hablando con sus amigos. Se hace tarde, antes de marcharnos, vamos a una casa que tiene un cartel grande del candidato de la siniestra. ¿Tengo que decirles de quién fue la idea? ¿No, verdad? Ana María, acertaron. La señora Ana, profesora ya jubilada, activista. Han peinado la población y trabajado como hormigas con otras compañeras del
gremio. Me habla del candidato nazi. Le explico y le digo: usted es profesora al igual que yo y Ana
María. Como profesores debemos ser en extremo serios con el conocimiento. Le explico lo que significa el nazismo y el fascismo, diferencias y similitudes y le ánimo a que seamos de verdad profesores. La conversación es compleja; tratamos de mantener a toda costa el diálogo y valorar que podemos hablar. Vemos resentimiento, todos sus hijos lo tienen y son de izquierda.
Al despedirnos le pido e imploro. Por favor, por favor, no traspase su resentimiento a los jóvenes que trata, se lo pido, por favor.

Ni usted ni yo, ni nadie, tenemos derecho a ensuciar los corazones limpios de los jóvenes, no tenemos derecho a colonizar sus almas con nuestros resentimientos. Nos despedimos.

Ya es tarde.

En la Pintana, vivimos momentos increíbles. Entre otros, mientras conversábamos escuchamos, al menos, siete balazos.

Una madre, su hija y los nietos; viven en la Eleuterio Ramírez, no en El Castillo, allí están los malos.
Viven encerrados, sin amigos: no quieren exponerse a la droga. El hijo, pequeño en edad pero corpulento, juega a cazar chinitas y hormigas. La madre no desea que se salten etapas del desarrollo. Ella los hace leer y ven muy poca tv. Sin celular ni computador: mejor los libros. Ahora, dice, los niños se crían con el computador y el celular. Nos da un ejemplo: como ven pura tv. A las frutillas les dicen fresas y a los porotos frijoles. Se ríen a carcajadas, también nosotros. Mientras la escuchaba recordaba un libro que leí hace más de treinta años. “Un programa para conservadores” de Russel Kirk. Era impresionante la coincidencia del testimonio, con el relato inicial del libro. No voy a entrar en más detalles tristes y que nos dejaron con cierta pena por el sufrimiento vivido. Admirables, simplemente
admirables; mantenerse incorruptas en un ambiente zafio y tóxico. Admirables. (Una última cosa. En la municipalidad hay corrupción, solo ayudan a los parientes y a los narcos.)

Admirables, lo mismo se aplica a una pareja de pololos, que estaban sentados, disfrutando un helado.
El trabaja en su auto como Uber esperando retomar sus estudios de mecánica automotriz. Desea tener un taller. Roberto es un grande. Catherin, la polola, hace de guardia privado en una multitienda. Llevan dos años de pololeo, conversamos animadamente, de todo. Les planteamos el tema, irán a votar. Nos queda un agradable sabor de boca. Nos despedimos molestando a Roberto para que se la juegue con Catherin y pida luego lo que tiene que pedir, dos años es suficiente, ambos se ríen.
Ver jóvenes trabajadores, con sueños y esperanza. Sin resentimientos. Una alegría grande, la verdad.

Para terminar y no seguir lateando. La señora Luisa, camina plácidamente. La vemos de lejos, cruzamos la calle, apuramos el paso, la alcanzamos y a conversar se ha dicho. Una historia llena de dolor, sufrimiento y entereza. Trabajo arduo y llena de esperanza. La droga en la familia. Ella es una leona que no dejó que entrara a su hogar pocilga. Esta historia vital merece un lugar especial que no será este y quizás ninguno. Solo un botón de muestra. Una noche, la mamá la echó de la casa con sus “guachas”. No tenía dónde ir. Sola y cansada de sufrir, miraba para todos lados y no sabía qué hacer. Era de noche y caminaba por una cancha, un sitio yermo. Se dirigía a la población 16 de mayo, según recuerdo. Las pequeñas hambrientas y ella lloraba. De pronto vió una Iglesia, ingresó y escuchó el sermón. La paz inundó su corazón herido y aterido por falta de amor. Allí se prometió a sí misma que sus hijas no pasarían hambre y saldrían adelante. Tiempo después, buscó la Iglesia: nunca pudo hallarla. Las hijas, le contaron que cuando entraron y se sentaron en la Iglesia que no existía, un Señor, les dio pan porque tenían hambre.

A la señora Luisa, madre de cinco hijos, nueve nietos y otros cuentos bisnietos…, y a nosotros, se nos llenaron los ojos de lágrimas. Así han sido nuestras travesías y quizás el Señor nuestro Dios nos quiso hacer una caricia al término de nuestra travesía en la población La Pintana. ¿Qué significará todo esto? No lo sabemos. Si sabemos que al mirar a nuestros hijos y nietos, podremos hacerlo de frente.
Hemos dedicado junto con mi Any un tiempo por nuestro amado Chile y cualquiera sea el resultado de la elección ha valido la pena y podremos dormir en paz.

Buenas noches.

Ana María Medina y Juan Carlos Aguilera, esposos que se quieren y quieren a Chile.
Santiago 18 de diciembre del 2021.

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