Julian Savulescu, bioeticista angloaustraliano, ha propuesto una revolución silenciosa pero devastadora: convertir la vida humana en un proyecto de ingeniería moral. Donde otros ven fragilidad, misterio o don, él ve materia prima perfectible. Desde su cátedra en Oxford, ha defendido con vehemencia que no solo es lícito, sino moralmente obligatorio mejorar genéticamente a nuestros hijos. Lo llama “beneficencia procreativa”, y su lógica es tan afilada como reductiva: si podemos evitar enfermedades o dotar a nuestros hijos de mejores capacidades, no hacerlo es una forma de negligencia moral.
En sus propias palabras:
“Tenemos la obligación moral de seleccionar a los mejores hijos posibles, entre los hijos posibles que
podríamos tener.” Procreative Beneficence. pp. 413-426).
La idea tiene una aparente resonancia utilitarista: maximizar bienestar, minimizar sufrimiento. Pero tras ella se oculta un proyecto profundamente inquietante: el estreno de una tecnocracia moral, donde la dignidad ya no es inherente, sino condicionada a estándares de rendimiento, inteligencia, salud o adaptabilidad social.
Savulescu no se detiene en el campo de la procreación. Ha defendido también la eutanasia, la ampliación del aborto hasta límites que rozan el infanticidio y la legalización de prácticas eugenésicas, con tal de que estén mediadas por el consentimiento y orientadas al bienestar.
En otro texto escribe como editor defendiendo un artículo Alberto Giubilini y Francesca Minerva titulado “Aborto post parto: ¿por qué debe vivir el bebé?” en el que se afirma que:
“Los autores argumentan, de forma provocativa, que no existe diferencia moral entre un feto y un recién nacido. Sus capacidades son significativamente similares. Si el aborto es permisible, el infanticidio debería serlo”. Abortion. pp.257-259.
Sus ideas radicales lo emparentan con Peter Singer y Michael Tooley, pero Savulescu va más allá: no solo tolera la eliminación de vidas “no deseadas”, sino que exige activamente el diseño de vidas “mejoradas”. La vida, para él, ya no es un fin en sí, sino un medio para la optimización moral.
Esta visión ha sido ampliamente cuestionada desde posiciones personalistas, comunitaristas y cristianas. El filósofo Leon Kass advierte:
“Una vez que comenzamos a vernos como fabricantes del hombre en lugar de receptores de la vida, corremos el riesgo de olvidar lo que significa ser humano.” (Kass, Life, Liberty and the Defense of Dignity, 2002)
Por su parte, Gabriel Marcel, aunque desde otra época, ofrece una clave para desmontar el paradigma savulesquiano:
“El ser humano no es un problema que deba resolverse, sino un misterio que debe acogerse.” (Homo viator, 1945)
Más recientemente, Vittorio Possenti ha advertido en La dignità della persona (2000) que toda bioética que no parte del reconocimiento ontológico de la persona como fin en sí misma termina por justificar formas de dominio tecnocrático disfrazadas de libertad.
Frente al imperativo del perfeccionamiento que propone Savulescu, urge recordar que la dignidad no se mide por coeficientes, capacidades o pronósticos genéticos. No somos “proyectos” de diseño, sino seres creados por amor. El deber no es optimizar vidas, sino amarlas.
Santiago del Nuevo Extremo, 06 Julio del 2025. Santa María Goretti.
Bibliografía
- Savulescu, Julian. “Procreative Beneficence: Why We Should Select The Best Children”, Bioethics, vol. 15, n.5/6, pp. 413-426. 2001.
- Savulescu, Julian. “Abortion, infanticide and allowing babies to die, 40 years on” Journal of Medical Ethics;39: 257-259.2013.
- Kass, Leon. Life, Liberty and the Defense of Dignity: The Challenge for Bioethics. Encounter Books, 2002.
- Possenti, Vittorio. La dignità della persona. Armando Editore, 2000.
- Marcel, Gabriel. Homo viator. Aubier, 1945.
El Autor:

Juan Carlos Aguilera P.
Dr. Filosofía y Letras. Universidad de Navarra.
Catedrático de Filosofía. Director de Empresas Familiares.
Fundador del Club Polites.
Contacto: 569 91997881.