Republicanismo y Patriotismo

El breve pero profundo intercambio epistolar entre Manuel Grau y Carmela Carvajal, viuda de Prat, basta para comprender lo que significa el amor a la Patria. No se trata de un concepto abstracto ni de una consigna repetida, sino de un vínculo vital que atraviesa la historia, la cultura y la vida de las familias.

San Juan Pablo II lo recordaba con claridad: la palabra Patria está unida a la raíz de padre. La Patria es herencia, patrimonio: el conjunto de bienes materiales y espirituales que recibimos de nuestros antepasados. Por eso se habla también de Madre Patria: porque la cultura, la lengua y los valores se transmiten en gran parte por medio de las madres.

Siguiendo al maestro Rafael Alvira, puede decirse que la Patria es también el conjunto de saberes que nos han dejado quienes nos precedieron. La Patria no es inmovilismo ni nostalgia; es legado que se recibe, se profundiza y se amplía para transmitirlo a las nuevas generaciones. Es memoria viva, no momificada; es amor creador, no simple recuerdo. La originalidad auténtica siempre brota de estar enraizada en el origen.

En este sentido, la Patria ofrece identidad moral y política. Pero también puede ser rechazada: cuando se desprecia la herencia, se inicia la decadencia de una cultura.

La historia enseña que la caída de civilizaciones comienza con el repudio del patrimonio espiritual y del ethos heredado.

Si, en cambio, todos nos reconocemos depositarios de una herencia común, la Patria se convierte en un principio de unificación social. No sólo organiza, sino que cimenta los fundamentos de la convivencia y la permanencia de la comunidad política. De ahí que el republicanismo entienda el patriotismo como virtud cívica: la amistad cívica que da alma a la sociedad.

El concepto no se agota en lo temporal. Hablamos también de la Patria Eterna. La temporal es antesala de la celestial. De ahí nacen los sacrificios heroicos de tantos que dieron la vida por la Patria, mirando más allá de lo inmediato, como recordaba Platón al describir al ánthropos, aquel que mira hacia lo alto.

Patria, padres y Dios forman una relación íntima. Josef Pieper enseñaba que la piedad nace de una deuda que nunca puede saldarse plenamente: la que tenemos con quienes nos dieron la vida. Santo Tomás lo expresó del siguiente modo: “A quien más debe el hombre, después de Dios, es a sus padres y a la Patria”. Por eso, así como rendir culto a Dios pertenece a la religión, rendir honor a los padres y a la Patria corresponde a la piedad. El patriotismo es, pues, una forma de piedad, de amor. Los antiguos lo llamaban studium patriae.

Esta visión difiere radicalmente del marxismo. Lenin, en La revolución proletaria y el renegado Kautsky, sostenía que defender la Patria frente al invasor es traición al socialismo. Un internacionalismo deshumanizado que desprecia la comunidad concreta de hombres y mujeres. Cicerón, en cambio, afirmaba en De re publica que la vida debe darse por la Patria, aunque advertía en De officiis que no todo está permitido: ningún sabio cometería crímenes, ni siquiera para salvarla. El auténtico republicanismo recuerda que el fin no justifica los medios.

El patriotismo, como virtud, es un amor ordenado: a la historia, a las tradiciones, a la lengua, a la geografía, a las obras de los compatriotas y a los frutos de su genio. La Patria es bien común, no propiedad privada. Por eso el individualismo, el hedonismo y la comodidad son amenazas directas contra la transmisión de ese legado a las generaciones futuras.

El verdadero patriotismo no es nacionalismo excluyente. Reconoce a las demás naciones los mismos derechos que reclama para la propia. Es, en ese sentido, una forma de amor social. Samuel Johnson lo definió con fuerza en 1774: el patriota no promete lo imposible ni engaña al pueblo con esperanzas falsas; anima, en cambio, a defender sus derechos, a prevenir abusos y a resistir facciones.

Patriotismo significa entonces virtud, y como toda virtud, exige un entramado de otras: prudencia, magnanimidad, generosidad, veracidad, valentía y humildad. No es mero sentimiento, sino ethos compartido, práctica vivida en familia y en comunidad.

Finalmente, los antiguos lo expresaron con precisión: amor meus, pondus meum. “Mi amor es mi peso”. El amor a la Patria, junto con el amor a Dios y a los padres, es uno de los más grandes. No es una nostalgia vacía, sino un compromiso vital que implica sacrificio, lucha y esperanza en común.

El republicanismo, al abrazar este patriotismo, como primera virtud republicana, recuerda que la vida política no se sostiene en el cálculo frío ni en el egoísmo individual, sino en la amistad cívica, la piedad y la transmisión de un bien común que, recibido como herencia, debe ser entregado como don.

Santiago del Nuevo Extremo, 18 de Septiembre del 2025. Conmemoración de la Independencia Nacional.

Nota:
Las entregas de Polites News, no son artículos académicos, sino escritos de divulgación para un público general, que no siempre tiene acceso a las discusiones y autores que inspiran muchas de las ideas en boga.

El Autor: Juan Carlos Aguilera P.
Dr. Filosofía y Letras. Universidad de Navarra.
Catedrático de Filosofía. Director de Empresas Familiares.
Fundador del Club Polites.
Contacto: clubpolites@gmail.com

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